La más mínima contribución para mejorar las condiciones de vida de la comunidad en la que uno ha crecido y vive y donde crecerán y vivirán los hijos nos hace sentir que somos una parte con sentido en un todo mucho más amplio. Hacer ese aporte en Mendoza es, además, una necesidad.
Por Luis Paris. Dr. En Lingüística. Investigador del Conicet
La vida social se ha venido degradando dramáticamente desde hace décadas. De niño Mendoza era mi casa, un lugar enteramente familiar y continente en el que no te sentías amenazado. Ahora la comunidad está dramáticamente fraccionada, vivimos encerrados en barrios o enrejados en casas, llevando y trayendo niños y no tan niños porque es un peligro que anden solos. Les dejamos saber de ese peligro y les hacemos sentir así que hay mucha gente allá afuera que les quiere hacer daño. Sin decirlo, les enseñamos que existe una diferencia abismal entre el adentro –la casa o el barrio- y el afuera, entre nosotros y ellos. ¿Hacemos mal? Hacemos lo que se puede, lo más racional en una situación social enteramente enferma que no deberíamos aceptar. ¿Qué puede hacer un lingüista para cambiarla? Nada impactante o revolucionario, pero intentar algo, por ejemplo, favorecer la comunicación. La comunicación nos hace más semejantes, tiende un puente entre el nosotros y el ellos, es una posibilidad de ser más iguales y mejorar el desarrollo del lenguaje es promover y facilitar esa comunicación.
Dirigir la investigación de Patricia, una fonoaudióloga con muchos años de experiencia en centros de salud en barriadas vulnerables, me mostró que la mayoría de los niños de las escuelas de esas zonas tenían un desarrollo por debajo del esperable de acuerdo a medidas preestablecidas. Patricia veía que estos niños se comunicaban eficazmente entre ellos usando la lengua de su entorno, pero tenían problemas para usar la lengua de la escuela. Me puse entonces a elaborar una investigación que determinase qué áreas específicas les traían problemas a estos niños con la idea de elaborar luego herramientas de enseñanza de la lengua diseñadas especialmente para estos niños. El desarrollo lingüístico se correlaciona con el cognitivo y, por lo tanto, favorece el rendimiento escolar al tiempo que evita el fracaso, cuyo número en estos grupos es más alto que en otros. Lo que me parecía una idea positiva y empática recibió una reacción feroz por parte de los autodenominados ‘progresistas’ que domina las ciencias sociales en nuestro país. La idea sería que mi proyecto va contra la ‘identidad’ de ese grupo social, la ‘identidad villera’, que incluso tiene un día de celebración en el calendario nacional oficial. La lengua villera –el ‘berretín’- es una parte fundamental de esa identidad y mi proyecto la ataca. Para ellos mi idea sería comparable a la de los conquistadores que instalaban sacerdotes católicos para que despojaran a los aborígenes de su religión, cultura y lengua. Yo que me pensaba solidario en realidad soy un instrumento de los dueños del sistema para perpetuar su dominación sobre la clase subyugada. Confieso que me hicieron pensar, al punto incluso de enriquecer y reformular mi proyecto original, pero que no lo he abandonado en absoluto. El plan nunca fue que esos niños abandonen la lengua del barrio, sino que sumen otra lengua, la de la escuela. Sumar otra lengua no resta, así como aprender inglés o chino no empobrece nuestro español. Pero esto no los convence a los ‘progresistas’, para ellos la lengua de la escuela los haría saltar -culturalmente hablando- por sobre los límites de la villa. En la religión del ‘progresismo’ vernáculo la condición social en la que uno nace no se debe cambiar, es de por vida, promueven las castas: Adquirir otra lengua es conseguir una garrocha para intentar saltar las paredes de ese encierro y convertirse en alguien atroz: un ‘desclasado’. Nada más conservador y opuesto a mi interpretación. Darle más herramientas cognitivas a cualquier persona es empoderarla, es darle opciones para que pueda elegir su destino y que no esté condenado a permanecer en uno, más allá de lo bueno o malo que éste pueda ser. Por suerte el proyecto se está ejecutando y les adelanto una bonita conclusión: un predictor fundamental del desarrollo lingüístico en los niños es el ‘cuidado’, no importa el nivel económico ni importa tanto el nivel educativo de los padres, sino que esos padres le hablen al niño y lo dejen hablar. Estar, compartir, interactuar es más relevante que cualquier otra variable.