Aguinaga y Viamonte es sin duda una esquina emblemática en el pueblo.
Por Onelia Cobos
Chacho Alvarez fue su dueño y cuando lo pensamos y lo sabemos ausente, inmediatamente nos damos cuenta del paso del tiempo. Su reciente partida ha hecho que su franja generacional concientice que es la última que va quedando del Chacras de la Teresa O’Connor del patio grande y las magnolias perfumadas.
Juntarse a degustar un lomito en esa esquina es tocar sin querer la historia misma del pueblo. Y si por esas vueltas de la Vida se reúnen y se saludan un Beto Cabanillas -bisnieto de Teresa O’Connor-, los hermanos Cobos, un alto y canoso vecino Coria, un Luis Giaconi, una Matilde Garcia, una Rosita Miguel,una Mirta Catalani para nombrar unos pocos al azar, la esquina vuelve a ser el taller de carpintería de Silvano Savoy, otra vez la casa de la familia Boninsegna, otra vez la librería de Coco y Toto García.
Pasan los pocos viejos vecinos que nos hacen sentir que cada encuentro es memoria y despedida. La hija del Chacho continúa la historia comercial. Gaby -que para todos los viejos vecinos de antes ella es “Chacha” o “Chachi”- sabe que cada vez que posa el plato de comida y la servilleta en la mesa, los últimos parroquianos de la edad de su padre, 75 años, sienten cómo la evocación del Antes aparece en el lugar como pura magia.
Contarles a los nuevos vecinos que “Hubo una vez un pueblo” amalgamado, integrado, es de alguna manera proponer que el Ahora deberá construir también su propia historia.
