Diecisiete
—Bueno —suspira el amigo, preocupado, sin esperar a sentarse— contame.
—Pienso en haiku —dispara el escritor sin ningún preámbulo.
—Sabés bien que a mí si me sacás del fútbol no tengo idea —dice el recién llegado— ¿qué es eso?
—Son poemas de origen japonés, de diecisiete sílabas —contesta, didáctico— se distribuyen en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas. Por ejemplo:
Cuando se empaña / el vidrio arma el paisaje / que a mí me gusta. (Benedetti) o
La vieja mano / sigue trazando versos / para el olvido. (Borges)
—Me suena —devuelve el futbolero— ¿y eso es grave?
—No estoy seguro. Pero es un trastorno, me parece. ¿Tendré que ir al psicólogo?
—Tranquilo. Vamos a ver. Contame un poco más.
—Vos sabés que yo ando todo el día pensando en temas para escribir.
—Sí. Hasta cuando andás en bicicleta por las rutas —recuerda el otro con un dejo de sorna para bajar la tensión.
—Sí, bueno. Hace años que lo hago pero ahora es otra cosa. Se ha vuelto, ponele, obsesivo —sentencia y al instante la palabra lo abruma.
—¿Tanto?
—Sí. Date una idea: ando por Lunlunta, veo cerquita una viña con unos colores espectaculares al fin del otoño y pienso:
Se prueba un traje / la viña que enamore / al nuevo invierno.
—Diecisiete —deduce asombrado—. Queda bonito…
—Gracias. Pero ese no es el tema. Es como que no lo puedo dominar. Diez minutos después paso por una casa antigua y se me ocurre:
Fracasa el tiempo / en opacar la gracia / del campanario.
—¿Así todo el día?
—El día y la noche. Ayer no me podía dormir y pensé:
Al extinguirse / un día que fue eterno / vuelvo a soñarte.
—¡Increíble! —suelta el amigo, sinceramente impresionado.
—Por eso me empecé a preocupar.
—Debe ser bravo —decreta, solemne—. Mejor te paso el contacto de mi terapeuta y le adelanto que vas.
—Gracias, amigo, / mi salud te agradece / tanta empatía.
