Yo tengo un manantial
Por José E. Marianetti
Nació mucho antes de nosotros pero fue creciendo a nuestro lado, formando parte del ambiente, del mobiliario y de la individualidad de cada uno de nosotros. Tiene la particularidad de que a pesar de correr a borbotones, no moja.
Desde que éramos niños nos acostumbraron a consultarle diariamente, con un dejo de responsabilidad casi religiosa, casi como a un oráculo.
Al comienzo me costó entrar en él. Lo hice trabajosamente, pero de igual modo me era cada vez más necesario.
Leyendo a Goethe, el poeta dice que “el arte es un trabajo al que se llega con mucha dificultad, pero al que se vuelve con desesperación”. No tardó en llamarme la atención la similitud entre lo dicho por un grande y mi experiencia personal en el tema que estamos desarrollando.
En invierno nos daba la sensación de tibieza, con su particular aroma y durante el verano colaboraba, por que estando junto a el, lo hacíamos a la sombra.
Uno se iba metiendo en su transparencia de tal modo que cada gota era, en sí misma, un universo. De manera que un átomo y una o varias galaxias enteras estaban allí representadas.
Gracias a su guía fuimos conociendo las grandes civilizaciones, a los excelsos pensadores, las monumentales construcciones, inventos y descubrimientos. Así fueron disipándose nuestras antiguas dudas, pero aparecieron otras nuevas y entonces, con claridad, nos daba la respuesta.
Resulta un placer la auto superación diaria, aunque pareciera que uno está actuando contra la corriente, pero yo no estoy dispuesto a dar mi brazo a torcer. Cada vez que me le alejo, lo hago satisfecho y cuando vuelvo tengo una verdadera necesidad nutricia de conocimiento. Los pibes actuales, lamentablemente han perdido la oportunidad de solazarse como lo hicimos nosotros leyendo “la Aurora del Saber”, ni tampoco “El Tesoro de la Juventud”. Quizá eso haya contribuido a que sean ellos los que perdieron el tren y no nosotros, estén como están, y sean como son…
A nuestras generaciones les costó trabajo, es cierto, pero nos acostumbramos a una disciplina que luego se transformaría en una necesidad nutricia y finalmente en un goce estético, en un placer.
Al parecer es silenciosa, muda. Pero sabiendo conquistarla, nos va dando respuestas y más respuestas, un punto se transforma en una bolita minúscula y ésta, a su vez, en una esfera grande como el mundo. Pensé que con todo lo nuevo en la electrónica y las comunicaciones, iría secándose de a poco, hasta agotarse. Pero ¡oh sorpresa!, cada vez más imponente su caudal silencioso, palpitante, estimulante. Todo lo que existe está allí metido, de tal manera que cuanto más se inquiere sobre algo, se nos abre un abanico de posibilidades ciertas destinadas a entender, a conocer, a comprender.
Después de haberme seguido, estimado lector, también Ud. tiene en su casa un manantial, solo que no se había dado cuenta. Lo tenía como un mueble de adorno, o le parecía anticuado. A esta altura comprenderá que estamos hablando, nada más ni nada menos que de la biblioteca y de su inagotable material que contribuyó al desarrollo de nuestro cerebro y nos hizo más humanos cuando aprendimos a leer. El libro y la palabra escrita por centenares de miles de generaciones no ha muerto para nosotros. No morirá jamás. Colabore Ud. para que ello no ocurra. Recurra al manantial. Nunca le fallará.

