martes, octubre 28, 2025

Se fue ese que fue

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Se fue ese que fue. El que yo no quería que se fuera. El que yo quería que se quedara. Se fue, ese que  fue  liviandad del pájaro en la roca, parpadeo de nieve, bramido luz. El  que se tomaba la molestia de   volver sobre sus pasos, para atender nuestros tropiezos y sanar heridas de la vida… Se fue el que jugaba  con la luna de nuestras creencias y le ponía sol a las mañanas, cuando   se recogían en lluvia.

Aunque yo no quería que se fuera. Quería que se quedara, para que siguiera  con su risa de arboledas y su mirada de rayo, llevando de la mano nuestro cabalgar  eterno  sobre asombros. Se fue el que iniciaba las danzas del pensar riguroso y batía palmas al ritmo de brisas de comprensión. El que movía las manos como se mueven las hojas cuando las sopla el huracán de la emoción. El que tenía  el enojo  duro y fugaz, para empujar la intuición del porvenir.

El que yo quería ver muy anciano, con voz de papel celofán y adornado con los caprichos de la vejez de Maestro. Se fue el que yo quería que se quedara para ayudarlo a cruzar la calle Amigorena, aunque me pesara en los huesos de mis propios años.

Quisiera que volviera el que se fue, para seguir oyendo las historias  que cuentan los arcanos esculpidos en las paredes de las mansiones  de la ciudad chata. Para que sigamos enchastrando juntos, leyendas en  paredes inmaculadas. Para contarle cuanto me duele haberme quedado sin magia.

¿Y si no vuelve?

Entonces, habrá que ir a buscarlo, a seguirlo,  a través de lo vertical de la montaña, hasta donde aflora el día, para que nos cuente cuantas son las conexiones no imaginadas, que  guían al vuelo. Para  conocer cuál es el número de  estrellas que componen los sueños. Para  que nos ayude a rescatar los reflejos  iridiscentes de la proyección.

Se fue ese que fue metal, arrabio y pluma. Se fue. Pero me dicen que se quedó en la fuerza de la sudestada,  junto al viento Zonda, agilizando piruetas, sobrevolando casas de rayuelas.

No se, pero sospecho que hoy mis ojos lo vieron. No como demiurgo del tiempo, sino como un remolino de hojas que, en la siesta, me invitaba a jugar. A robarle,  entre risas, chispas  a las piedras. Me pareció que lo vi en la tarde. Creo que estaba soplando en la rama que se cubre de promesas, para que precipiten semillas, que surgirán como estalagmitas de brillos intermitentes. Como luces de bengala,  las que una vez lo vi prender.

Carlos Lucero, Caracas, setiembre 2010.-

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