
Fueron dos amores que mantuvo a lo largo de toda su vida, ya que según cuentan sus amigos, cada tanto agarraba la mochila y se iba a internar unos días al medio de la montaña, solo o con su compañera. Siempre con la cámara colgada, no fuera a ser que alguna bella imagen se le escapara.
La vida simple de los habitantes del desierto de Lavalle, entre médanos, chañares y algarrobos; de los puestos de chivos de Malargüe, de los aborígenes de todas las latitudes y su sentido de pertenencia a la tierra -que sólo él pudo interpretar y transmitir tal cual- han quedado documentados en los cientos de exposiciones, muestras y premios logrados a lo largo de su prestigiosa trayectoria.
Muchísimas anécdotas atesoran quienes compartieron su vida que hablan de su compromiso y coherencia para vivir. Como cuando se le ocurrió colaborar con los habitantes de El Puerto, un pueblo del norte de Lavalle, descendientes de huarpes, colocando ladrillos en la construcción de una escuela para sus hijos. De eso ha quedado un documental, realizado por el Patán Púrpura.
O de cuando se convirtió en mentor del Encuentro de las Culturas Populares que se realiza todos los años en Córdoba. “Su carpa era el lugar de los cuyanos. Allí prendía el fuego cuando llegaba -unos días antes que empezara, para ayudar y pintar el telón- y no se apagaba hasta que se volvía”, recuerda con mucha nostalgia su amiga Viviana Ordoñez.
Ella hoy lo despide “…le digo adiós a mi amigo que decidió habitar por siempre el agua y las estrellas. Pájaro libre como no hay otro, emprendiste el vuelo definitivo”.

