El alcohol y los jóvenes: la negación del futuro
El futuro, según una concepción lineal del tiempo –predominante en Occidente– es aquella porción del tiempo que aún no se ha realizado, que está por llegar, en definitiva, una conjetura que nuestra esperanza anticipa, pero que nada autoriza a entender como de ocurrencia obligatoria.
El alcohol en exceso daña cualquier cerebro, pero particularmente aquellos cerebros que se encuentran en desarrollo. Un adolescente continúa su desarrollo cerebral hasta los 25 años, en promedio. No estaría de más recordar que aún el cerebro de los adultos y de la gente mayor requiere que nuevas neuronas se formen cada día para posibilitar el aprendizaje y la memoria. Y no se requiere ser un bebedor de grandes cantidades de alcohol. Beber en jóvenes, aún con moderación, produce alteraciones irreparables a corto y largo plazo relacionadas con el aprendizaje y la memoria. En una película reciente pude contemplar con espanto que en los últimos 10 años se habían producido 100.000 muertes en accidentes de tránsito en nuestro país. Que la principal causa de muerte en menores de 35 años son los accidentes de tránsito. Que gran parte de dichos accidentes tiene como protagonista al alcohol, su consumo abusivo, y el comportamiento temerario que provoca en la juventud, que creciendo demasiado rápido muere demasiado rápido también. Una versión empobrecida del “vive rápido-muere joven” de los años sesenta, y aquellos “muertos bien parecidos” de la leyenda negra del rock sajón.
Existe evidencia más que sugerente relativa al consumo de alcohol y el daño cerebral en gente joven: durante el desarrollo se produce el “cableo” de diversas regiones de nuestro cerebro. Si dicha situación es perturbada por substancias –entre ellas el alcohol tiene el triste privilegio de ser la más frecuente– la situación estructural cambia para siempre, incluyendo las preferencias del individuo. Esto es, dicho de otro modo, que exponernos tempranamente al alcohol y sus excesos ya está determinando nuestras preferencias en el futuro, haciéndonos más proclives al empleo del alcohol u otras substancias que se relacionen con la obtención de una recompensa fácil. Lo que produce satisfacción inmediata tiene altas chances de determinar que nuestra conducta siga buscando para siempre dicho tipo de satisfacciones. Cuanto más temprano se comience a beber, más chances de resultar un adicto al alcohol en la adultez. Más chances, también, de ingresar a otros ámbitos de abuso de substancias, por si el consumo abusivo de alcohol no fuese suficiente.
Cerebro y alcohol
En un estudio reciente, en el que se comparan cerebros jóvenes expuestos al alcohol con los no expuestos, se pudo poner de relieve lo siguiente: los cerebros expuestos tienen menos áreas del cerebro dedicadas al aprendizaje y la memoria, las áreas relacionadas con el razonamiento y la toma de decisiones se encuentran más dañadas, obtienen peores calificaciones en tareas de coordinación visuo-espacial, su vocabulario es más limitado, tienen peor rendimiento educativo, mayores riesgos de padecer una depresión con tendencias suicidas y de comportarse en forma violenta, alteraciones serias del ciclo sueño-vigilia y de todo lo relacionado con el mismo -aprendizaje y memoria, nuevamente, y liberación de hormonas necesarias para el crecimiento y la maduración- y, finalmente, serias dificultades en proponerse metas maduras y luego ser capaces de alcanzarlas.
En definitiva, cualquier cosa salvo un alegre y despreocupado panorama para nuestros jóvenes –nuestros adultos del mañana– en relación a su futuro. Debido a su perniciosa influencia en relación al juicio crítico y la capacidad de razonamiento, sumado a que su consumo invita a desarrollar comportamientos temerarios, hace que los jóvenes terminen con frecuencia relacionándose con la policía o con la ambulancia, o con ambas instancias a la vez: víctimas y victimarios al mismo tiempo.
El panorama resulta, en una relectura de este artículo, un tanto apocalíptico, lo reconozco. Pero qué pensaríamos de una situación si de la misma dependiera el futuro inmediato de nuestros hijos, nuestros nietos, amigos, hijos de amigos, en definitiva de aquellos que más queremos y que más nos constituyen como personas desde el afecto. Si de dicha situación dependiese su seguridad, su salud, su felicidad, su posibilidad, simplemente, de alcanzar el futuro, cualquier futuro. Con seguridad intentaríamos con todas nuestras fuerzas evitar la implacable sensación de lo fatal e inevitable de un destino sin destino.
Que los jóvenes consuman alcohol –reitero, aun moderadamente– es simplemente el comienzo de la desolación. ¿Por qué lo hacen? Lo ignoro. Una sociedad orientada al consumo y desvinculada de cualquier compromiso puede ser parte del problema. Puede que nuestra incapacidad actual de mostrar proyectos que nos trasciendan colabore en el actual desmadre de la situación. En una carta reciente del cantautor Silvio Rodríguez dirigida a un diario español, se refería a su país como uno “en el que la supervivencia pasa por una sociedad orgánica, íntegra, indivisible”. Prescindiendo de ideologías creo que en esa sencilla afirmación podríamos buscar un remedio a mediano plazo. Un cuerpo social orgánico, íntegro, indivisible. Una Argentina que no espere por nuestra determinación de hacerla mejor sino que nos arrastre sin remedio a dicha mejoría. Esto en el mediano plazo. Y en el corto plazo, si no son capaces de detener su consumo de alcohol, si no pueden parar de beber, que por lo menos tengan presente con claridad que no deben esperar por decisiones trascendentes en sus vidas: ya la tomaron. La de quedarse sin futuro antes que el futuro llegue.

